Había una vez, un anciano que difundió rumores que su vecino era un ladrón, como resultado el joven fue arrestado… Días después se comprobó que era inocente. Después de ser liberado, demando al anciano por haberlo acusado injustamente.
En la corte, el anciano le dijo al juez: “Fueron solo comentarios, no le hicieron daño a nadie”.
El Juez le dijo al anciano: “Escribe todo lo que dijiste sobre él en un papel, córtalo en pedacitos, y de camino a casa, tira los trozos de papel por la ventana de tu auto y mañana vuelve para oír la sentencia”.
Al día siguiente, el juez le dijo al anciano: “Antes de recibir la sentencia quiero que vayas a recoger todos los trozos de papel”. El anciano dijo: “¡No puedo hacer eso!” “El viento los esparció por todas partes y no puedo saber por dónde están”.
Es entonces que el juez respondió: “Del mismo modo, palabras y comentarios simples pueden destruir el honor de una persona al punto que ya no pueda recobrarlo”.
“Si no puedes hablar bien de alguien, no digas nada en absoluto, seamos dueños de nuestras bocas, así no seremos esclavos de nuestras palabras”.
Los chismes son peores que los ladrones… porque roban la dignidad, el honor, la reputación y la credibilidad de otra persona.
Cuando tus pies se resbalan, siempre puedes recobrar el equilibrio, pero cuando tu lengua se te desliza, nunca puedes recuperar tus palabras.
AUTOR DESCONOCIDO
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