Nota a
cargo de Sofía Aldea y producción Álvaro Renner. (2012)
Lleva más
de 30 años dedicado a enseñar y ayudar a la gente a sentirse
satisfecha con sus vidas. Padre del coaching ontológico y uno de
los referentes mundiales de esta práctica, Julio Olalla ha
aprendido, en carne propia, que parte de la clave está en mirar las
cosas desde otra perspectiva. “Si no cambia el observador es
imposible cambiar lo que hacemos”, asegura.
Julio
Olalla especializado en entrenar a organizaciones y personas para
que mejoren sus competencias y se sientan satisfechos con su vida
personal y laboral. Su receta: “crear un espacio relacional en el
que la persona pueda observarse observando al mundo y darse cuenta
de que su vida está condenada a ser lo mismo a menos de que el
observador cambie”, dice. “La tendencia es creer que las cosas
cambian si se actúa distinto, pero no va a pasar nada si se sigue
mirando el mundo de la misma manera.
El
coaching ontológico está enfocado en eso, en cambiar cómo se miran
las cosas, lo que te permite hacer, actuar y vivir de otra manera”. En 30
años, Olalla ha creado un imperio en torno a la enseñanza de este
pensamiento: Newfield Network está presente con oficinas propias en
Chile, Estados Unidos, Perú, Ecuador y Holanda y cuenta con
asociaciones en Colombia, Argentina, Singapur e Inglaterra. Ha
escrito dos libros: Del conocimiento a la sabiduría y El ritual del
coaching, ambos traducidos al inglés, y hace doce años creó un
programa de formación y certificación de coaches, del que
anualmente se gradúan 550 personas en todo el mundo.
Dejar de
lado el resentimiento y comenzar a ver las cosas con otra mirada:
Esa fue la
decisión que Julio Olalla tomó hace más de 25 años y le cambió la
vida. Era 1978 y después de una larga tarde de conversaciones junto
a otros chilenos exiliados como él, fue a dar un paseo por el
muelle Pier 33 en San Francisco. Mirando la cárcel de Alcatraz, y
abrumado por el tono de las conversaciones con sus coterráneos que
seguían pegados en el pasado, se dio cuenta de que no quería seguir
viviendo así. “El resentimiento es una promesa de revancha, y yo no
podía vivir mi vida prometiéndole revancha a nadie. Fue un acto
consciente, muy claro de decir ‘aquí termina esta historia y
comienzo a vivir completamente en paz’”, recuerda. Hacía cinco años
que había dejado Chile por decisión propia ya que sentía que su
situación política –trabajaba en la Corporación de la Reforma
Agraria, institución encargada de expropiar terrenos durante el
gobierno de Salvador Allende–, lo ponía en riesgo. Primero voló
rumbo a Argentina –donde tuvo que dejar de lado su profesión de
abogado y trabajar como comerciante– y luego a EE.UU. El
primer tiempo en San Francisco fue muy difícil, tuvo que aprender
un idioma que desconocía y trabajar en lo que fuera para poder
pagar las cuentas y comer. Pero también fue ahí donde conoció y
compartió ideas con algunos de los que llama sus maestros: el
ingeniero y político Fernando Flores, quien en ese minuto cursaba
su doctorado en Lenguaje en la Universidad de Berkeley, y el
filósofo y biólogo Humberto Maturana, cimentando los principios de
su trabajo como coach.
“Los
indígenas en Ecuador me hicieron esta observación: ‘a nosotros lo
que nos interesa es la buena vida, pero ustedes viven todo el día
buscando una vida mejor, por lo tanto sienten que la que tienen es
siempre menos de la que podrían tener’. Eso hace que vivamos
angustiados e insatisfechos”.
Preocupado
actualmente por buscar los pilares de una vida más feliz, este año
Julio Olalla se ha enfocado en conocer los ideales y formas de vida
de comunidades originarias de Latinoamérica y vivirlas en carne
propia. Pasó dos semanas junto a su mujer y a su hijo menor con
miembros del pueblo Shuar en la selva ecuatoriana, luego otra
semana con la comunidad quichua en el norte de Ecuador y, en su
reciente visita a Chile en diciembre de este año, viajó a Temuco
para reunirse con los principales líderes mapuches. “Participamos
en sus ceremonias, comimos con ellos, y compartimos la vida diaria.
Ir a caminar por la selva, los bosques o los cerros y que me
cuenten lo que ellos ven y yo era incapaz de percibir, fue un
regalo. Donde yo veía árboles, ellos ven mundos, relaciones,
estaciones, lugares sagrados. Estoy convencido de que parte de la
deuda de América Latina para poder sanar el alma latinoamericana es
que nos escuchemos con las culturas nativas, cosa que no hemos
hecho nunca”, asegura.
¿Tu
historia personal fue en parte la que te abrió al nuevo tipo de
pensamiento que enseñas?
Sí, haber
tenido una historia de exilio fue el puntapié inicial para tener
una reflexión respecto del mundo. Mi padre fue también exiliado de
la Guerra Civil española. Y cuando me pasó a mí, se me generó un
espacio de reflexión. ¿Por qué razón a mi padre, a quien considero
que fue un hombre muy bueno; y a mí, que me considero ser una buena
persona también, nos tocó ser inadmisibles en ciertos lugares? ¿En
qué consiste ese fenómeno? Y descubrí algo que para mí ha sido
central: y es que yo, como la mayoría, miraba el mundo y estimaba
que todo el que lo miraba veía lo mismo. Pero no. Después de los
estudios de filosofía y los primeros acercamientos al trabajo en
torno al coaching ontológico descubrí cuán distinto es el mundo
para cada individuo, para cada cultura, para cada era. Y ese
descubrimiento, de poder observar observando y observarme
observando, me iluminó muchas cosas. Para mí fue una escuela, muy
dura, pero una muy buena escuela, el proceso de haberme ido a
Argentina y llegar allá sin saber qué hacer, sin tener idea y
después tener que partir de nuevo a EE.UU. Yo no sería capaz de
hacer lo que hago si no hubiera pasado por todas esas cosas.
¿Cuáles
fueron tus conclusiones respecto a tu reflexión en torno a ser
exiliado?
Que los
seres humanos todavía no aceptamos honesta y finalmente que otro
ser humano viva y mire el mundo desde una perspectiva distinta.
Nosotros tenemos una manera de desprendernos de eso que es muy
fácil: si tú no opinas como yo y no miras el mundo como yo, estás
equivocado. Pero es cuando admitimos que somos observadores
legítimos cuando el fenómeno de conversar se hace riquísimo. La
palabra conversar me encanta porque viene del latín cambiando
juntos, y en el fondo es el acto donde tú prestas tus ojos, y otros
te prestan los suyos para ver el mundo de manera diferente. Y esa
ha sido mi temática en general: cómo nosotros, al poder mirar cómo
miramos adquirimos una libertad y un respeto que no es una norma
ética, es una deriva natural. Si te comprendo a ti como una
observadora distinta, éticamente me veo en la obligación de
respetarte.
El
coaching busca lograr que la gente encuentre la felicidad. ¿Tú te
sientes una persona feliz?
Sí, pero
que me sienta feliz no significa que no tenga grandes tristezas en
mi vida. No quiero que se entienda la felicidad como ausencia de
tristeza o de dolores, ya que hay cosas que me duelen mucho y hay
momentos en los que me agobio. Cosas como las masacres que han
ocurrido en EE.UU. hacen que me duela profundamente el alma, como
también me duele cuando escucho que en Chile hay una red grande de
prostitución infantil donde están metidos seres, entre comillas,
muy respetables. Soy feliz en el sentido que estoy haciendo algo
que amo y estoy rodeado de gente que me quiere. La felicidad tiene
que ver con el servir, con que la vida tenga sentido y no debe ser
confundida con un mundo ideal donde no hay tristeza.
¿Cuál es
la búsqueda más recurrente de la gente cuando llega al coaching?
Ha
variado. Cuando empecé hace más de 20 años la gran cuestión era ser
efectivo. Ahora la gente viene porque quiere vivir una buena vida.
Se está produciendo un cambio, no detectado en los gobiernos. Por
ejemplo, en mi última conferencia un hombre me dijo: “tengo todo lo
que me dijeron que si tenía iba a hacerme feliz: auto, casa, casa
en la playa. Pero no lo soy”. Eso le está pasando a mucha gente,
porque confundimos la felicidad con tener más y estamos sufriendo
la desilusión de darnos cuenta de que ese no es el camino.
¿Y por
dónde iría la búsqueda de felicidad?
Mi primer
descubrimiento es que sin servicio no hay ni siquiera la
posibilidad más mínima de una vida plena. Si en el trabajo que
haces no sirves a otro, se vive el trabajo desde la amargura.
Cuando lo que haces es agradecido por otro, uno se ilumina, y eso
es notable. Pero el camino puede resumirse en la búsqueda de una
buena vida. Los indígenas en Ecuador me hicieron esta observación:
“a nosotros lo que nos interesa es la buena vida, pero ustedes
viven todo el día buscando una vida mejor, por lo tanto sienten que
la que tienen es siempre menor de la que podrían tener”. Eso hace
que vivamos angustiados e insatisfechos. Hay que
preocuparse de vivir bien, y para eso basta con ser amado, amar,
comer, beber, caminar. Son cosas simplísimas.
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