viernes, 9 de febrero de 2018

El coaching ontológico está enfocado en cambiar cómo se miran las cosas

De los creadores el Coaching Ontológico Profesional Mirar con otros ojos La primera de dos notas con dos referentes del coaching... en esta ocasión Julio Olalla.
Nota a cargo de  Sofía Aldea y producción Álvaro Renner. (2012)
Lleva más de 30 años dedicado a enseñar y ayudar a la gente a sentirse satisfecha con sus vidas. Padre del coaching ontológico y uno de los referentes mundiales de esta práctica, Julio Olalla ha aprendido, en carne propia, que parte de la clave está en mirar las cosas desde otra perspectiva. “Si no cambia el observador es imposible cambiar lo que hacemos”, asegura.
Julio Olalla especializado en entrenar a organizaciones y personas para que mejoren sus competencias y se sientan satisfechos con su vida personal y laboral. Su receta: “crear un espacio relacional en el que la persona pueda observarse observando al mundo y darse cuenta de que su vida está condenada a ser lo mismo a menos de que el observador cambie”, dice. “La tendencia es creer que las cosas cambian si se actúa distinto, pero no va a pasar nada si se sigue mirando el mundo de la misma manera.

El coaching ontológico está enfocado en eso, en cambiar cómo se miran las cosas, lo que te permite hacer, actuar y vivir de otra manera”. En 30 años, Olalla ha creado un imperio en torno a la enseñanza de este pensamiento: Newfield Network está presente con oficinas propias en Chile, Estados Unidos, Perú, Ecuador y Holanda y cuenta con asociaciones en Colombia, Argentina, Singapur e Inglaterra. Ha escrito dos libros: Del conocimiento a la sabiduría y El ritual del coaching, ambos traducidos al inglés, y hace doce años creó un programa de formación y certificación de coaches, del que anualmente se gradúan 550 personas en todo el mundo.

Dejar de lado el resentimiento y comenzar a ver las cosas con otra mirada:
Esa fue la decisión que Julio Olalla tomó hace más de 25 años y le cambió la vida. Era 1978 y después de una larga tarde de conversaciones junto a otros chilenos exiliados como él, fue a dar un paseo por el muelle Pier 33 en San Francisco. Mirando la cárcel de Alcatraz, y abrumado por el tono de las conversaciones con sus coterráneos que seguían pegados en el pasado, se dio cuenta de que no quería seguir viviendo así. “El resentimiento es una promesa de revancha, y yo no podía vivir mi vida prometiéndole revancha a nadie. Fue un acto consciente, muy claro de decir ‘aquí termina esta historia y comienzo a vivir completamente en paz’”, recuerda. Hacía cinco años que había dejado Chile por decisión propia ya que sentía que su situación política –trabajaba en la Corporación de la Reforma Agraria, institución encargada de expropiar terrenos durante el gobierno de Salvador Allende–, lo ponía en riesgo. Primero voló rumbo a Argentina –donde tuvo que dejar de lado su profesión de abogado y trabajar como comerciante– y luego a EE.UU.  El primer tiempo en San Francisco fue muy difícil, tuvo que aprender un idioma que desconocía y trabajar en lo que fuera para poder pagar las cuentas y comer. Pero también fue ahí donde conoció y compartió ideas con algunos de los que llama sus maestros: el ingeniero y político Fernando Flores, quien en ese minuto cursaba su doctorado en Lenguaje en la Universidad de Berkeley, y el filósofo y biólogo Humberto Maturana, cimentando los principios de su trabajo como coach.

“Los indígenas en Ecuador me hicieron esta observación: ‘a nosotros lo que nos interesa es la buena vida, pero ustedes viven todo el día buscando una vida mejor, por lo tanto sienten que la que tienen es siempre menos de la que podrían tener’. Eso hace que vivamos angustiados e insatisfechos”.
Preocupado actualmente por buscar los pilares de una vida más feliz, este año Julio Olalla se ha enfocado en conocer los ideales y formas de vida de comunidades originarias de Latinoamérica y vivirlas en carne propia. Pasó dos semanas junto a su mujer y a su hijo menor con miembros del pueblo Shuar en la selva ecuatoriana, luego otra semana con la comunidad quichua en el norte de Ecuador y, en su reciente visita a Chile en diciembre de este año, viajó a Temuco para reunirse con los principales líderes mapuches. “Participamos en sus ceremonias, comimos con ellos, y compartimos la vida diaria. Ir a caminar por la selva, los bosques o los cerros y que me cuenten lo que ellos ven y yo era incapaz de percibir, fue un regalo. Donde yo veía árboles, ellos ven mundos, relaciones, estaciones, lugares sagrados. Estoy convencido de que parte de la deuda de América Latina para poder sanar el alma latinoamericana es que nos escuchemos con las culturas nativas, cosa que no hemos hecho nunca”, asegura.

 ¿Tu historia personal fue en parte la que te abrió al nuevo tipo de pensamiento que enseñas?
Sí, haber tenido una historia de exilio fue el puntapié inicial para tener una reflexión respecto del mundo. Mi padre fue también exiliado de la Guerra Civil española. Y cuando me pasó a mí, se me generó un espacio de reflexión. ¿Por qué razón a mi padre, a quien considero que fue un hombre muy bueno; y a mí, que me considero ser una buena persona también, nos tocó ser inadmisibles en ciertos lugares? ¿En qué consiste ese fenómeno? Y descubrí algo que para mí ha sido central: y es que yo, como la mayoría, miraba el mundo y estimaba que todo el que lo miraba veía lo mismo. Pero no. Después de los estudios de filosofía y los primeros acercamientos al trabajo en torno al coaching ontológico descubrí cuán distinto es el mundo para cada individuo, para cada cultura, para cada era. Y ese descubrimiento, de poder observar observando y observarme observando, me iluminó muchas cosas. Para mí fue una escuela, muy dura, pero una muy buena escuela, el proceso de haberme ido a Argentina y llegar allá sin saber qué hacer, sin tener idea y después tener que partir de nuevo a EE.UU. Yo no sería capaz de hacer lo que hago si no hubiera pasado por todas esas cosas.

 ¿Cuáles fueron tus conclusiones respecto a tu reflexión en torno a ser exiliado? 
Que los seres humanos todavía no aceptamos honesta y finalmente que otro ser humano viva y mire el mundo desde una perspectiva distinta. Nosotros tenemos una manera de desprendernos de eso que es muy fácil: si tú no opinas como yo y no miras el mundo como yo, estás equivocado. Pero es cuando admitimos que somos observadores legítimos cuando el fenómeno de conversar se hace riquísimo. La palabra conversar me encanta porque viene del latín cambiando juntos, y en el fondo es el acto donde tú prestas tus ojos, y otros te prestan los suyos para ver el mundo de manera diferente. Y esa ha sido mi temática en general: cómo nosotros, al poder mirar cómo miramos adquirimos una libertad y un respeto que no es una norma ética, es una deriva natural. Si te comprendo a ti como una observadora distinta, éticamente me veo en la obligación de respetarte.

El coaching busca lograr que la gente encuentre la felicidad. ¿Tú te sientes una persona feliz? 
Sí, pero que me sienta feliz no significa que no tenga grandes tristezas en mi vida. No quiero que se entienda la felicidad como ausencia de tristeza o de dolores, ya que hay cosas que me duelen mucho y hay momentos en los que me agobio. Cosas como las masacres que han ocurrido en EE.UU. hacen que me duela profundamente el alma, como también me duele cuando escucho que en Chile hay una red grande de prostitución infantil donde están metidos seres, entre comillas, muy respetables. Soy feliz en el sentido que estoy haciendo algo que amo y estoy rodeado de gente que me quiere. La felicidad tiene que ver con el servir, con que la vida tenga sentido y no debe ser confundida con un mundo ideal donde no hay tristeza.

¿Cuál es la búsqueda más recurrente de la gente cuando llega al coaching?
Ha variado. Cuando empecé hace más de 20 años la gran cuestión era ser efectivo. Ahora la gente viene porque quiere vivir una buena vida. Se está produciendo un cambio, no detectado en los gobiernos. Por ejemplo, en mi última conferencia un hombre me dijo: “tengo todo lo que me dijeron que si tenía iba a hacerme feliz: auto, casa, casa en la playa. Pero no lo soy”. Eso le está pasando a mucha gente, porque confundimos la felicidad con tener más y estamos sufriendo la desilusión de darnos cuenta de que ese no es el camino.

¿Y por dónde iría la búsqueda de felicidad?
Mi primer descubrimiento es que sin servicio no hay ni siquiera la posibilidad más mínima de una vida plena. Si en el trabajo que haces no sirves a otro, se vive el trabajo desde la amargura. Cuando lo que haces es agradecido por otro, uno se ilumina, y eso es notable. Pero el camino puede resumirse en la búsqueda de una buena vida. Los indígenas en Ecuador me hicieron esta observación: “a nosotros lo que nos interesa es la buena vida, pero ustedes viven todo el día buscando una vida mejor, por lo tanto sienten que la que tienen es siempre menor de la que podrían tener”. Eso hace que vivamos angustiados e insatisfechos. Hay que preocuparse de vivir bien, y para eso basta con ser amado, amar, comer, beber, caminar. Son cosas simplísimas.